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Al entrar a Sombrerete lo primero que hicieron los revolucionarios fue borrar una sombra de duda en la población, ya que Pablo Méndez, un fementido capitán de los escuadrones de Martín Triana, los había desprestigiado. Este rufián, que no era otra cosa, a poco de levantarse Moya, se lanzó a “la bola”. Tras cometer un asesinato, incendiar parte de la casa municipal de San Miguel del Mezquital (hoy Miguel Auza) y hurtar cuanto pudo, formó una gavilla y sentó cuartel en la hacienda de Santa Catarina, de donde era nativo y había trabajado como peón. Al unirse a los maderistas quiso seguir en las suyas, pues victimó (achacándole el asesinato de Moya que, según todos, él mismo había perpetrado) a Jesús María Mercado y violó cerca del cadáver, aún sangrante, a la hija de éste llamada Ernestina y su asistente a la sirvienta. Por ello se le ordenó abandonar la población, lo cual hizo llevándose un gran botín. El temor a que regresara se desvaneció en el vecindario, pues un día, de madrugada, una pequeña guerrilla arribó a la hacienda de Zaragoza, donde se encontraba Méndez. “La hiena estaba copada y vino a entregarse […], acercó su caballo rosillo al prieto grande de Martín Triana, intentando un saludo que le fue negado.” Inmediatamente fue conducido a Sombrerete, donde se estableció un consejo sumario de guerra para juzgarlo y el cual quedó integrado por los jefes revolucionarios Crescencio Correa, Refugio Castañeda, Francisco Salas y Sóstenes Mendoza, fungiendo como agente del Ministerio Público el licenciado Miguel I. Arreola.